Artículo y cruce híbrido entre Woody Allen y John Thompson, acerca de La Rosa Púrpura del Cairo. JHC.
Conscientemente o no, Woody Allen reflexiona en una de sus más célebres películas acerca de la naturaleza de los medios masivos de comunicación. En tono de comedia y tomando el caso del cine, asistimos a una escena consignada por muchos como un hito audiovisual dentro de la problemática de los mundos mediales y virtuales que experimentamos en nuestra vida cotidiana: Tom Baxter, el personaje del film, escapa de la pantalla para tener un romance con Cecilia, su más leal fan.
Desafiando toda lógica física y orgánica, este explorador transforma su condición de figura del celuloide en ser humano de carne y hueso. La “casi-interacción mediática”, en palabras de Thompson, se convierte mágicamente para Cecilia en una “interacción cara-a-cara”, fracturándose de esa manera el espacio y el tiempo natural de una película y su público, al mezclarse realidades cuya fusión es inconcebible.
Para Baxter y su fan, esta ya no es una “relación de intimidad no-recíproca” sino que pasa a ser una relación íntima, como cualquier “flechazo” de la vida real. Ella deja de soñar frente a la gran pantalla imaginando una vida mejor en un espacio y un tiempo lejano. Ella, sin caer en un schock por la emergencia de vida desde lo inerte, tiene la oportunidad de conocer a su admirado personaje que por un instante juega a ser concreto, aunque sus billetes de utilería y su visión escenográfica del mundo lo delaten en cada momento.
Es esta mecánica casi existencial la que hace a La Rosa Púrpura del Cairo no sólo un gran film sino también una declaración ontológica con un profundo sentido contemporáneo. Una operación narrativa que invierte la dirección de nuestra relación con el mundo de las pantallas: de seres absorbidos por un entorno de imágenes, a imágenes que son convertidas en seres reales que caminan junto a nosotros.