Un futuro en el que en vez de seres humanos los habitantes del planeta son simios pensantes y hablantes ha sido una de las ficciones más perturbadoras de la pseudociencia en 35 milímetros. Desde esas ochenteras «tardes de cine» en las que vimos la versión de Franklin J. Schaffner, hasta las más recientes entregas de «El Planeta de los Simios» – como la de Tim Burton-, las series y películas dedicadas al tema han dejado la sensación de que algo muy bizarro puede convertirse en una historia de particular magnetismo.
En esta nueva versión, de la mano de Rupert Wyatt, El Planeta de los Simios (R) Evolución (Rise of the Planet of the Apes, 2011) apela al origen de todo, al desastre científico que causó esta particular inversión de papeles, en el que los humanos serían subyugados por nuestros supuestos ancestros genéticos. Un experimento para curar el Alzheimer y otras enfermedades cerebrales termina siendo una intervención descontrolada sobre la naturaleza, al gatillar la inteligencia de los simios de laboratorio y por tanto, su sublevación que, como queda sugerido en la precuela, sería sin límites y acompañada de la extinción de la raza humana tal como la conocemos hoy.
La película, apela a varios clichés muy conocidos como la obsesión científica, la debacle de la razón instrumental, el potencial caos de la biotecnología, el abuso contra los animales y la perversión implícita que convella una conciencia dotada de inteligencia, entre otros. Sin embargo, una gama de buenos efectos especiales, una triangulación eficiente del protagonista – que prácticamente no habla – y un flujo narrativo aceptable le otorgan un espacio bien ganado en la saga de planetas simiescos que ya es parte de la historia del cine.
Inolvidables serán las escenas de un ejército de primates revolucionados y liderados por un carismático «César», aplanando las calles de San Francisco y sorteando como King Kong las barricadas naturales de las grandes ciudades. Mención aparte merece la campaña de marketing de esta película cuyos afiches promocionales se ‘customizaron’ según la ciudad de destino, que muestra al simio-alfa alzando el puño con la ciudad en llamas de fondo. En nuestro caso, nos tocó La Moneda en llamas, como si esto no hubiese pasado ya una vez.