Me encantaría escuchar la opinión de Noam Chomsky acerca de esta película que, en lo personal, es de las mejores que he visto en al menos 10 años.
Me sorprendí que fuera la animación digital, género vapuleado epistemológicamente por muchos, el que me sacara del plano aburrimiento de la industria independiente norteamericana y la selección de modé alternativa de Cannes.
Wall-E es una película extraordinaria, con un metalenguaje sorprendente.
Cómo no emocionarse cuando Wall-E, en su travesía de loco amor hacia el espacio, cruza una nube de asteroides-basura, entre ellos, el modelo original del Sputnik, estrellado en diciembre del ’57 contra la Tierra.
Cómo no quedarse tendido en la butaca, apreciando la animación de los créditos finales, con la música de un certero antropólogo electrónico, Peter Gabriel, como telón de fondo de una refundación humana con la dulce ayuda de los robots.
Cómo no hacer visto bueno del tributo a HAL-9000, de 2001 Odisea del Espacio (Kubrick), a través de ese esquizofrénico timón, ruta de navegación de una humanidad regordeta y atrofiada muscularmente.
Y cómo no, finalmente, resaltar la fluidez del relato, con esas instantáneas de los rebeldes, que no son más que el encuadre oportunista de los grandes medios acerca del relato de la realidad. Ese 16:9 que lo cambia todo.