Ciudad transformer

Del edificio a la oficina, de la oficina al Transantiago, del Transantiago a la farmacia, de la farmacia a la teleserie, de la teleserie a la cama. Ese es el proyecto diseñado para Macul.

Siguiendo con el polisémico término de mi último artículo, Transformer, se me ocurre que este es posible aplicarlo a los cambios que está experimentando esta ciudad, especialmente en comunas de clase media como Macul, con la diferencia que estas mutaciones son irreversibles, al contrario de la ductilidad cibernética de los autobots.

Muchos ya habrán visto los cambios en Providencia y Ñuñoa en los últimos años, esto es, la construcción de edificios en altura (entre 10 y 20 pisos) como parte de una reingeniería urbana que parece tener escasa planificación. Pues bien, ahora a Macul, luego del freno que lograron los propios vecinos organizados de Ñuñoa, la especulación inmobiliaria se vino con todo. El lado más nostálgico de todo esto es obviamente el de tipo histórico- estético, es decir, el reemplazo de las viejas casas patrimoniales de estos barrios por edificios hechos en serie, con cuestionable valor agregado para la ciudad y con un concepto de vida propuesto bastante dudoso.

El hecho es que en Macul están construyendo edificios de un promedio de quince pisos en calles residenciales, no principales, que dibujan un escenario urbano absurdo si nos fijamos en el notable contraste entre las casas y sus vecinos gigantes. Todo esto en fase oruga, cuya publicidad es una invitación a vivir un nuevo estilo de vida, tranquilo, relajado, que suena a paradoja, a loop sin sentido si pensamos que lo que se intenta vender es el pasado y no el futuro del barrio.

¿Dónde están los parques que no se incluyen en esa gráfica de maqueta de los condominios? ¿Dónde están las plazas que deberían servir de punto de encuentro de los vecinos que vivirán en estos departamentos en altura? ¿Dónde está el cálculo de flujo vehicular que irrigará estas angostas calles? Por acá sólo se ven farmacias y locales tipo «Ok» en construcción. Del edificio a la oficina, de la oficina al Transantiago, del Transantiago a la farmacia, de la farmacia a la teleserie, de la teleserie a la cama. ¿Algún centro cultural? ¿Algún centro cívico que presente una alternativa a María José Quintanilla? No se ve nada por el estilo.

Es cierto que Santiago no puede seguir expandiéndose hacia los lados y que a estas alturas es mejor que crezca hacia arriba (en realidad lo realmente viable es que la ciudad no crezca más y que nos vayamos a regiones). Pero este crecimiento debería estar inscrito dentro de un programa urbano en el que a la ciudadanía se le considere como algo más complejo que una masa pro-sumer (productora y consumidora).

Un ejemplo más de la reactividad de Chile frente a sus desafíos, la falta de proactividad y prospectiva para pensar un futuro en comunidad. Estos edificios no son más que un ejemplo de la pauperización de los espacios públicos en este país, y por ende, una prueba de la pereza mental de quienes toman decisiones y entregan los permisos a estas inmobiliarias sin escrúpulos y espíritu bananero.

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