En julio asistí al seminario «Smart Cities / Smart Citizens: re-pensando la relación entre espacio, tecnologías y sociedad» en el Campus Lo Contador de la UC. Fue una convocatoria abierta para apreciar ideas acerca de las numerosas posibilidades de innovación, colaboración, desarrollo, participación, consumo significativo y coordinación social y urbana existentes en las ciudades modernas de hoy, altamente conectadas y habitadas por individuos proactivos en el uso de nuevas tecnologías.
Como invitados especiales estuvieron Doménico Di Siena, arquitecto, urbanista e investigador, fundador de Humano Urbano; y Claudio Orrego, abogado, Intendente de Santiago, ex Ministro de Vivienda y Bienes Nacionales, ex alcalde de la comuna de Peñalolén.
Expusieron también Andrés Briceño (FabLab Santiago), Boyd Cohen (Innovación UDD), Ignacio Lira (Fundación Mi Parque), Jonathan Barton (CEDEUS), Javier Vergara (Ciudad Emergente), Martín Tironi (Diseño UC), Pablo Allard (Arquitectura UDD), Pedro Daire (Ciudadano Inteligente) y Pedro Vidal (Ministerio de Transporte y Telecomunicaciones).
Resumiría la abundante información entregada por el seminario como una pasarela de recientes enfoques en torno a las nuevas formas que han emergido en la sociedad de la información, que como ya sabemos, ha dejado de ser únicamente una realidad atrapada en una pantalla hiper-conectada y global. Se ha convertido en la vida misma, que para nuestro caso es la vida urbana de personas que han ido adquiriendo cada vez mayor autonomía por efecto de una mayor inmersión en Internet y una mayor movilidad de mano de los smartphones y los entornos inalámbricos.
Se suma a este escenario el término «inteligencia», estampado en 2006 por la «Web 2.0», y que ocho años después cuenta con una espesa ramificación de ejemplos acerca de cómo la suma de la racionalidad de nuestras acciones, con una disposición abierta y colaborativa, tiene como efecto mejores resultados para administrar la complejidad de nuestro citadino presente. Lo anterior, con las posibilidades que otorga la georeferenciación, geolocalización y trazabilidad de consumidores cuyos datos los persiguen en un mapa adaptado a cada paso de los «peatones tecnológicos».
Este cambio ha llevado a urbanistas, ingenieros, diseñadores y sociólogos entre muchos otros a re-pensar el impacto de estas prácticas en la ciudad y por ende el modo cómo entendemos los espacios híbridos, públicos y privados. Aparecen en el horizonte de las innovaciones sociales las huertas comunes, hackerspaces, fablabs, makerspaces, coworking, apps para taxis y transporte urbano, grupos de compra, sitios estilo «couchsurfing», intervenciones del espacio público, autos y bicicletas compartidas, plazas remodeladas por vecinos, entre muchos ejemplos.
Se trata de procesos, en todo caso, que no solo están asistidos por la tecnología sino también por el desarrollo de las democracias post-industriales capitalistas en las que no basta con un consumo que satisface necesidades. Hay que agregar ahora un consumo con variables de sentido y altruismo cooperativo acorde a las dinámicas de amplios enjambres de individuos -big data- en expansión continua y permanente.
Un cuerpo de ideas sin lugar a dudas muy atractivo, propio de profesionales y académicos de países de la OCDE pero que sin embargo puede fácilmente caer en una trampa: exceso de entusiasmo en el empoderamiento tecnológico de los ciudadanos /consumidores del Siglo XXI y de las resultantes interacciones entre ellos. No olvidemos que las sociedades inteligentes, que construyen ciudades sustentables, están erigidas sobre el capital cultural y humano de las personas, siendo la sofisticación tecnológica solo una consecuencia y no la causa de una ciudad ideal.
No tendremos ciudades ni ciudadanos inteligentes sin antes pasar por el test del desarrollo y el vínculo social, del ejercicio político con liderazgo efectivo y del aprendizaje real de vivir en comunidad. En otras palabras, más teléfonos, internet, espacios cool y mejores cafés no asegurarán la inteligencia colectiva ni el camino hacia las «smart cities».