Entrevista
por Jorge Hernández Cerda

Conversamos en la casa de Vilches, frente a una plaza de la comuna de Ñuñoa, donde se respira escala humana. En el living veo varias colecciones, objetos, cuadros. Más allá, un jardín interno, de aquellos de casas antiguas.

¿En qué consiste El otro jardín ?
Consiste en una serie de imágenes que yo fotografié en diversos cementerios. Para mí el cementerio también es un jardín, por lo que estaba haciendo un paralelo con otra exposición anterior acerca del jardín de mi casa en Ñuñoa. En estas tomas de los cementerios yo quise indagar sobre el origen de las imágenes que produje en mis primeras xilografías. En aquella época trabajaba de manera muy fluida, inconsciente, encontrando las formas que se producían pegando papeles, por ejemplo. A mí me gusta mucho el jazz, donde hay un tema central que tú vas alterando a través de la improvisación. Sin embargo, una vez una curadora del MOMA me preguntó por qué yo usaba cruces y yo le respondí “porque me gustan”, a lo que ella reaccionó diciendo “eso no es una respuesta”. Entonces fue así como en un año sabático decidí dedicarme a buscar conscientemente el origen del por qué yo estaba usando esas imágenes. En Concepción empecé a recorrer los lugares que de niño visitaba, el Cerro Caracol, el mercado, el cementerio. Y ahí estaban las cruces.

Como una estampa en el inconsciente.
Sí. De esa manera yo empezaba a despejar la interrogante impuesta por esta norteamericana y además que había sido invitado a exponer a la Universidad de Concepción. En esa ocasión me alojaron en un hotel, cosa que nunca había hecho porque siempre estaban mis parientes de los cuales ya no quedaba ninguno, y al despertar en la mañana veo uno de mis grabados, el cerro con la cruz. Ese cerro también había sido parte de mi infancia al igual que el cementerio, que luego del terremoto dejó muchas en pie, como también muchas semi derruidas. La cruz la vengo trabajando desde mis inicios de modo inconsciente.

El trabajo de El otro jardín sería entonces una reconsideración de ese recurso …
Claro, es una vuelta consciente al lugar de origen. Conscientemente fotografié todos esos lugares que espontáneamente conocí en mi infancia, con otros ojos y con otros fines. Comencé intencionalmente a buscar cruces, a tratar de fotografiarlas con el mayor contraste posible, tratando de captar los bultos y las sombras. Es como buscar el grabado en la realidad.

Sigamos hablando de técnica, ¿cuál es la particularidad de esta serie?
Yo parto en esta serie de la realidad fotográfica, al contrario de otros trabajos. Como ya sé lo que voy a hacer, voy a buscar las imágenes con la cámara, las proceso, genero una tira de contacto y las amplío en una fotocopiadora. En la medida que amplío la imagen, se van distorsionando los bordes y se marca un contraste cada vez más blanco y negro muy parecido a lo que son las xilografías.

¿Se genera una sensibilidad distinta, un efecto inexplorado?
En algunos casos, una vez que tengo la imagen contrastada, quito pedazos, lo que hace que la obra sea sugerente. A veces puedo estar viendo una tumba, pero también un castillo. El registro no es de ninguna manera exacto, no es una fotografía en su sentido común.

¿Qué es lo que te atrae del efecto que logras con este máximo contraste, un encuentro con la silueta esencial o una intimidad con el objeto?
Este contraste máximo me recuerda y me sugiere cosas. Como cuando Leonardo Da Vinci veía en las manchas de un muro húmedo todo un mundo. Uno ve las cosas que quiere ver. Puedo ayudar a alguien, por ejemplo, a ver un castillo, pero no transformaré la imagen en un cien por ciento para hacerlo evidente.

Relaja mentalmente, ver estos contornos, porque uno imagina formas. Es lúdico.
Por supuesto, esto en el fondo es una invitación al espectador a que se meta en un cuento, en su propio cuento mezclado con el mío. En un sentido moderno, el espectador tiene que poner de su parte, tú no le das todo listo.

No así la fotografía, que entrega algo bastante realista y concreto.
Exactamente. No es periodístico ni antropológico el asunto. Es como una historia.

¿En qué estás trabajando actualmente?
Sigo trabajando en las fotografías. A partir de las imágenes del cementerio estoy utilizando otros elementos arquitectónicos, ya no sólo la cruz. Estoy usando la misma técnica pero esta vez aparecen los medios tonos, no sólo el cien por ciento de blanco y negro. Aparece de cierto modo el color, entendido como algo que genera un ambiente, no sólo sombras. Entre el negro y el blanco aparecen los grises ópticos, que es todo un tema desde el punto de vista de la gráfica. Eso fue lo que dejé en octubre del año pasado, cuando me fui a Chiloé. Hay cosas que me convencen y otras que no tanto. Se trata de que uno tiene que ir en contra de lo que hiciste antes.

¿Cómo es eso?
La idea es no repetir lo que se hizo, como la fórmula para hacer galletas. Hay que hacer unas galletas diferentes. Que sean mejores que las anteriores. Y en este proceso muchas veces uno se bloquea, no es fácil.

Para terminar, ¿cómo ubicarías El otro jardín dentro de tu obra a lo largo de la vida?
Como te decía, esto es una vuelta al comienzo, pero consciente, tratando de ser tan espontáneo como lo fui en esa época, lo que es complejo. Volver a ser niño siendo viejo. Luchando contra la pérdida de frescura por saber demasiado de algo. Uno va perfeccionando la técnica pero a veces pierde espontaneidad en el camino. Son los desafíos de la evolución en el arte. No me gusta ser repetitivo.